lunes, 26 de marzo de 2018

CUENTOS CORTOS






                            EL RECUERDO MÁS ANTIGUO 


Después de haber intentado diversas terapias psicoanalíticas, con el afán de solucionar mis conflictos y poder finalmente estar en paz con mi subconsciente, mi consciente y todos los conscientes e inconscientes que me rodean, que no son pocos. Después de haber recurrido a especialistas en distintas técnicas del psicoanálisis y haber soportado estoicamente como doctorados en tics nerviosos, trataban de escudriñar en mi interior con la intensión de hallar la punta de mi enmarañado ovillo sin percatarse quizás, que su madeja estaba mucho más enredada que la mía. Agotando en esta ruta de búsquedas las más diversas terapias, pasando por la llamada transferencia terapéuticas, donde se termina por culpabilizar a nuestros padres, por todas las frustraciones de nuestro acomplejado ser, hasta pretender encontrar el meollo de mis problemas a través de la interpretación de mis sueños, pensamientos, palabras y onomatopeyas que se me ocurriera declarar en tan arduas secciones.
Una vez transitadas las cinco grandes corrientes: la cognitiva, el behaviorismo (o conductismo), la gestal, la sistémica y el psicoanálisis el problema es el haberme percatado que entre ellas tienen cría y parían engendros diabólicos que se siguen reproduciendo aún más...Dando espacio a lo que actualmente se define como "holístico" y todas sus variantes posibles.
Recuerdo el día que atiborrado en mi búsqueda de soluciones, que ya no busco, no por haberlas encontrado sino por considerarme un caso perdido, ingrese a un importante centro psicoanalítico, donde ponderaban la terapia basada en regresiones al pasado mediante la hipnosis para entrarle descarnadamente al subconsciente.
En las dos primeras consultas fue imposible el poder hipnotizarme dado mi descreimiento y mi resistencia interior para obtener la relajación requerida para tan lúdico evento.
Finalmente en mi tercer visita al centro y después de haber dejado buena parte de mi sueldo presente para intentar vislumbrar eventos pasados, fue que finalmente pudieron acceder a mi impenetrable “yo”.
En verdad me sentí profanado cuando el doctorado me indico que la sección había sido de un total éxito y que continuara asistiendo a sus consultas ya que había pasado de ser un paciente, a ser un objeto de su vivo interés y que me olvidara de abonar la consulta, ya que todos los gastos pertinentes correrían a cargo de la clínica.
Concurrí realmente muy intrigado a mi próximo turno, embargado por una honda preocupación, transpuse el lujoso recibidor, di parte de mi llegada a la recepcionista y me prestaba a sumergirme en los mullidos sillones de la sala de espera, cuando el doctor con una comitiva de tres catedráticos más salió cordial a mi encuentro.
- Esperábamos ansiosos este día mi estimado Jorge. Nuestra labor ha sido muy intensa, es por ello que le hemos solicitado, unos meses de paciencia hasta que volviera a vernos. Pero finalmente estamos aquí, con una solución a sus problemas, ya que hemos sondeado en el recuerdo más antiguo que nos halla podido brindar en nuestra terapia de regresión. – Mientras, mi terapeuta, me daba animosamente la bienvenida.
- Como ya debe suponer el costo de nuestro esfuerzo es casi tan elevado como los beneficios que le acarreara, pero seguramente su obra social se encargara de los gastos. –Me informaba, otro de sus colegas.
- Procederá a firmar unos documentos de rigor, antes de iniciar la sesión. – Me ordenaban mientras me conducían a la oficina del director de la clínica.
A esta altura de los acontecimientos, estaba presto para firmar mi propia sentencia de muerte, si fuere necesario, para satisfacer la onda curiosidad que me había despertado todo lo ocurrido, desde que puse un pie en esa institución
Y por supuesto firme los papeles que explicaban claramente que todo lo negativo que pudiere surgir de dicha terapia, corría por mi cuenta, dejando libre de culpa y cargo a Dios y María santísima, siendo yo el único responsable, hasta de haber nacido. Además estaba consciente de haber contraído tras la firma una deuda de cinco mil dólares, pagaderos a fin de mes, es decir la semana próxima.
Ni bien termine de estampar mi rubrica, me trasladaron a una habitación de aspecto más familiar, donde mi terapeuta me indico que tras la sesión de regresión al pasado, que había realizado meses antes, pudieron determinar que el origen de mis traumas habían surgido en el mismo instante de mi nacimiento y para dar fe de lo ocurrido y para probar la seriedad de la institución, se preocuparon por contar con la presencia de la partera que atendiera el mismísimo instante de mi concepción.
- Pase, por favor señora Gertrudis, que Jorge la espera con vivo interés – Ordeno mi terapeuta, con gesto imperativo.
De la habitación continua ingreso una viejecita temblorosa, que apuraba su renguera para estrecharme en un cálido abrazo.
- Querido que lindo es poder verte repleto de vida, ya adulto, después del desgraciado error que has tenido que sobrellevar en tu nacimiento. Les he dejado, a esta gente un reporte detallado de aquel infortunio, para aliviar tus pesares. Discúlpame, pero no soporto más la emoción que me embarga. – Desplomándose en unos de los sillones fue atendida raudamente por los médicos que presenciaban la escena mientras la alejaban del lugar.
- Te hago entrega de esta declaración jurada, que la señora Gertrudis puso a nuestra disposición para tu beneficio, toma tu tiempo, procede a leerla detalladamente y después continuaremos con la terapia. – Me propuso mi psicólogo dejándome una carpeta mientras se despedía de mí, acompañándome hasta la puerta del establecimiento.
Salí de la clínica y me dirigí a la parada del colectivo local, apretando la carpeta, como si fuera un tesoro. Parado estoicamente en la prolongada espera, me empapaba por una tormenta fortuita que pretendía inundar la acera.
Como era casi habitual, mientras esperaba algún medio de transporte observaba transitar en un auto de alta gama, a una persona de aspecto muy desagradable, que me sonreía y saludaba con gesto sobrador agitando la manga de su traje impoluto, a la que acompañaba el brillo de un gemelo dorado que me solía enceguecer. Parecía poseer todo el éxito del que yo carecía.
Me apresuré a ingresar a mi habitación, en la ruinosa pensión donde vivía, para sumergirme en la lectura del informe redactado por la anciana partera, que presuntamente asistiera mi nacimiento.
Con letras enormes, que se iban diluyendo a medida que la palabra se extendía, pude leer una de las historia más asombrosas, la que posiblemente fuera mi historia.
“Querido en verdad lamento mucho lo ocurrido, pero era tan difícil darse cuenta, de la monstruosidad que vio la luz ese día, con perdón, pero esa fue la realidad acontecida.
Considera, que naciste prematuramente, después de un tedioso embarazo de seis meses, donde pocos sobreviven. Pesabas un poco más de cuatrocientos gramos, no se podía detectar pulso alguno en ti y tenias un espantoso agujero en el cráneo que supuraba vestigios de materia gris que impregnaba la placenta y la bolsa roja, donde finalmente fuiste arrojado como un mero resto patológico. Mientras en la cuna, adornada por un gran moño celeste, descansaba oronda la placenta por el solo hecho de lucir mucho más vital que tu espantoso cuerpecito.
Yo mismo, me encargue de llevar bañadita a la placenta ante la presencia de tus padres, ella se encargo del resto, gracias a tu aporte de materia gris, pronto se la observaba prendida al pecho de tu madre, sonriente con su cintita azul adherida a un gonopodio rojo que asemejaba un piecito de bebe. Al tiempo tus progenitores salieron del hospital con ese horror entre sus brazos, contentos de ser padres.
Y vos, que tristeza…Tan desprotegido e inútil, descartado como un desecho del cual la placenta se nutriera, en esa bolsa a la espera de que tu poca vida expirara.
Un recolector de residuos se obstino en distinguir rasgos humanos en la masa de carne informe que tu cuerpo le proponía a los sentidos. Fue así, que ingresaste a la terapia intensiva del nosocomio, donde después de meses, le dieran forma humana a tu cuerpo, para entregárselo a unos padres que acababan de perder su bebe.”
Me desprendí de dicho informe, antes de llegar a la parte de las despedidas y buenos deseos de la anciana, muchísimo más acomplejado que cuando me dirigí a la clínica para mi primera sesión de terapia, mucho más solo, sabiendo que mis padres no habían sido mis padres aunque ellos mismos lo creyeran, sintiéndome alimento de mi propia placenta, experimentando la misma sensación de asfixia que sintiera dentro de aquella bolsa roja, testigo de mi fracasada extinción.
Salgo repentinamente a la calle ahogado por la angustia, cuando por la avenida transitaba el mismo coche de alta gama de siempre, donde una persona, de aspecto repulsivo, arrugado y rojizo se esmeraba por saludarme burlonamente, quizás como una única prueba que confirmaría que en la clínica no me habrían estafado con una historia inverosímil, tratando de implantarme este infortunado recuerdo, que por ser tan antiguo escapaba a mi memoria.





                                  XANTOFOBIA



Venía hoy caminando por la playa sintiéndome como siempre el centro donde todos dirigen sus miradas, cargadas de asombro, una mirada que trato de devolverles, amalgama de recelo, terror y vergüenza, por no poder comprender a esos seres que desde tempranas horas embadurnan sus cuerpos con cremas blanquecinas, asemejando zombis o seres de una tribu maorí que aún no interpreto. Dicen usar protectores solares y buscan rostizarse al sol desde las ocho de la mañana, hasta que oscurece, bajo el manto protector de una pomada, que un laboratorio de dudosa reputación testifica que los salvaguarda de los rayos ultravioletas, uno de los componentes naturales de la luz solar. Sería más fácil exponerse menos tiempo, sin tanto ungüento, de por si carísimos. Y por eso los miro con temor, asombro y vergüenza y ellos me restituyen la mirada en mi breve transitar casi obligado por la playa al ir a realizar alguna dirigencia. En realidad se bien que me miran totalmente sorprendidos pues no comprenden mi intolerancia, mi negativa a que rayos de luz, en la gama del amarillo toquen mi piel. ¿Por que se asombran? ¿O no estamos en igualdad de situación? La única diferencia es que la ciencia les brindo ayuda o placebos, a los temerosos de los rayos ultravioletas y no así a los que temen los rayos solares en su gama amarilla. Es por eso que trato por todos los medios de protegerme, antes de iniciar cualquier actividad al aire libre que me exponga, me calzo mi arnés de espejos prolijamente diseñado por mí, debidamente asido por cinturones de cuero a mi traje amarillo que se encarga de reflejar los pocos rayos de ese maldito tono que pretendan corromper mi piel. Entre el calor del sol, mi transpiración contenida en mi traje de neopreno y el peso excesivo de cantidades de espejos enmarcados, correas, precintos y alambres, suelo caer al piso desvanecido, envuelto en fugitivas figuras caleidoscópicas y seguidamente me siento rodeado de seres con sus caras pintadas de blanco, orgullosos de poder llamarme loco, que aplauden con la intención que me incorpore vívidamente de la desordenada montaña espejada que se formó sobre mi fóbica persona.
Por cada aplauso juro, de ahora en adelante que romperé uno de los espejos retirándolo de mi arnés y le escribiré el nombre de quien me aplauda y me encerraré, por días, en mi cuarto a oscuras, sin ventana alguna que filtre el mínimo haz de  luz y los tocaré a tientas y sabré que ese espejo roto es tuyo, al pasar mi mano sobre el relieve de tu nombre en el vítreo escudo, además sabré que me ayudasteis a liberarme del peso de un espejo, al menos. Y tú sabrás que me has encerrado por días y no sabrás, si me habrás hecho un bien o un mal al aplaudirme.


                         
 


                           
                                                         

No hay comentarios:

Publicar un comentario